La muerte más esperada

Sin lugar a dudas, nunca una muerte fue tan masivamente esperada por millones de personas. Un poco de morbosidad y otro poco de ansiedad. En el medio, Karol Wojtila. Un viejito que no nos imaginamos con otro atuendo que no fuera el blanco. Con ese español cocoliche, mezcla de polaco e italiano. Dicen que Sai Baba conoce todos los idiomas del mundo, pero una amiga le hizo de traductora cuando sólo se dirigía en inglés al contingente de argentinos que visitaban su ashram. Nunca escuché a Sai Baba. No me importa. Sí escuché a Wojtila.

Mi abuela tenía en la entrada de su casa una bendición de Pablo VI, sí, creo que de Pablo VI. Tenía un ramito seco, de esos del Domingo de Ramos. Hace unos años la cambió por otra, una del papa polaco que obtuvo por propia gracia. Beneficios de ser una alma piadosa que supo criar nueve hijos, construir casa, iglesia, y tener mucha, mucha fe. Una de mis tías es monja. Y es muy feliz siéndolo, se ve. Otra de sus hijas es mi mamá.

Mi abuela Feli y mi abuelo Pascal han sabido pelear contra todos los obstáculos que se les presentaron. Nunca claudicaron. Mi abuela estudió enfermería a distancia, y tiene un diploma en Inglés de una universidad norteamericana, que ella insistía en llamar "escho-ol" pero que cuando la vi supe que decía escuela de enfermería. No recuerdo de dónde. Le presentó su diploma a un médico que le dijo que no había problemas, que podía empezar a trabajar. Y así lo hizo. Hasta que se jubiló. Y siguió activa, con su fe, su iglesia, subiendo y bajando escaleras, tejiendo, cosiendo, cocinando, para ella y para otros. y para nosotros también. Mi abuelo trabajó en una fábrica de cemento muchos años. Luego, fue albañil, carpintero, pintor... conocedor de todos los secretos de los materiales. Construyó con sus propias manitas la capilla que hay enfrente de su casa. Construyó su casa también. Construyó parte de mi casa, creo, y tiró abajo el galpón que había para construir un quincho. Trabajó incansablemente hasta que le dijeron que no se esforzara más, que el corazón, que esto, que aquello...

cuando fui a verlos estaba flakiiiito y no me reconoció. unos días más tarde me contaban que decía que si tenía hambre iba a buscar frutos silvestres para comer, porque en su casa no había nada. el pasado que se hacía presente en su cabeza. mi abuela, desde la cama en la que está instalada desde su operación de cadera, le decía cortésmente que eso no era necesario, que había comida en la heladera, que se quedara tranquilo.

Llevan más de 60 años de casados. Y se pelean, se gritan, mi abuela llora (ella es de llanto recurrente, se emociona fácil, como mi mamá, como yo), mi abuela pregunta "quién se irá primero?", mi abuelo le dice "esta vieja...", ella dice "cuando me vaya...", él se asusta y dice "que mi viejita no se muera...", y se adoran, se comparten, se llenan el uno al otro. Viene el sacerdote austríaco amigo de ellos y los bendice, les da la comunión, y ellos oran juntos.

Ellos saben que el día se acerca cada vez más. Casi podría decir que lo esperan. Los hijos también. También los nietos. En silencio. Porque en el alma son inmortales, en mis pensamientos son seres inmortales. En mi corazón son infinitos.

Pensaba que esa espera se parece a la espera de los católicos, como ellos, ¿como yo? Ellos orando, como los católicos, como yo, por su salud, por su fortaleza, la de los tres. Y todo en un torbellino imparable, que arrasará con todos ellos un día. Y con una parte mía también. Una parte en la que confié, creí en Wojtila. Luego, la vida haría de las suyas conmigo y él, invariablemente, como correspondía, seguiría defendiendo su fe. Y yo sentiría que íbamos por caminos distintos. Otra parte, la de mis abuelos, que con fe, con garra, encolumnaron a la familia en la que crecí. Defectos, virtudes, egoísmos, como todas las familias. Y el inconmensurable amor de sus copas de plata, las de las bodas de oro. Y la imagen de los dos viejos orando juntos. por todos nosotros. Es que orar por alguien es un acto de amor, independientemente de la fe.

Y esa conexión inexplicable con el viejito de blanco. Porque siento que, a pesar de todo, también es parte de la historia, en mi casa, en el quincho, en la casa de mis abuelos... es parte, inevitablemente. aunque mi abuelito no me reconozca, aunque mi abuela esté aprendiendo a caminar nuevamente, aunque él embandere postulados diametralmente opuestos a mi forma de vida...

A Feli y a Pascal me los imagino siempre sonriéndome. Sin embargo, por más que me esfuerce, no me lo puedo imaginar al viejito Wojtila en otro atuendo.

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